El domingo de Ramos, 14 de abril de 2025, la comunidad cristiana de Bassa, en el estado de Plateau, Nigeria, fue escenario de una masacre que dejó al menos 51 víctimas mortales, en su mayoría civiles inocentes, incluyendo varios niños. El ataque fue perpetrado por supuestos pastores fulani armados, en una serie de incidentes que evidencian la grave crisis de seguridad que atraviesa la región.

Según informes locales y organizaciones internacionales, los agresores irrumpieron en la comunidad de Zike, en el distrito de Kwall, en la madrugada, y durante casi dos horas sembraron el terror con disparos y destrucción. Testigos presenciales relataron que se escucharon disparos esporádicos desde múltiples lugares, y que muchas viviendas fueron incendiadas con personas adentro, incluyendo niños y ancianos que no pudieron escapar.

Las cifras oficiales y de organizaciones como Amnesty International y medios locales indican que las víctimas superan las 50, con reportes que sugieren que la cifra podría ser aún mayor, alcanzando o superando los 53 muertos. Además, decenas de heridos permanecen en tratamiento en hospitales cercanos, mientras que las propiedades y cultivos de la comunidad fueron completamente devastados.

Este ataque se suma a una serie de embates similares en las últimas semanas en la misma región, donde al menos ocho comunidades han sido atacadas, dejando un saldo de más de 70 muertos y desplazando a miles de habitantes. La violencia, atribuida a militantes fulani, responde a un conflicto ancestral por la tierra y recursos, agravado por la vulnerabilidad de las comunidades cristianas frente a la impunidad y la falta de una respuesta efectiva por parte del Estado[numerosos informes y fuentes locales].

El presidente nigeriano, Bola Tinubu, condenó enérgicamente los hechos y ordenó una investigación exhaustiva, aunque las autoridades aún no han detenido a los responsables. La comunidad internacional ha expresado su preocupación por la escalada de violencia en Nigeria, donde la crisis de seguridad continúa cobrando vidas y desarraigando a miles de personas en un contexto de tensiones étnicas y religiosas.

Este trágico episodio, ocurrido en plena Semana Santa, ha generado un profundo dolor en la comunidad cristiana y ha puesto en evidencia la urgente necesidad de acciones concretas para garantizar la protección de los civiles y la estabilidad en la región del Medio Belt, una de las zonas más afectadas por la violencia en Nigeria.